lunes, 30 de junio de 2008
sábado, 28 de junio de 2008
martes, 24 de junio de 2008
Guión técnico
Plano 1: Plano general del living, panorámica para mostrar a Marta.
Plano 2: Plano pecho de Marta, reflejo en el espejo.
Plano3: Primer plano de Marta.
Plano 4: Plano detalle, Marta pasa el dedo por la repisa.
Plano 5: Plano medio de Marta, mira a A y voltea.
Plano 6: Plano medio de Marta, panorámica sigue a Marta hasta A.
Plano 7: Plano detalle de A. Mano de Marta que acomoda las estatuillas.
Plano 8: Plano medio, panorámica hasta punto anterior.
Plano 9: Primer plano de Marta con referencia de Daniela.
Plano 10: Plano americano de Daniela, tocan timbre y se levanta.
Plano 11: Ídem plano 9. Se ve a Daniela pasar por detrás de Marta.
Plano 12: Plano americano de Marta. Entran amigas de Daniela. Marta se va.
Plano 13: Plano medio de Marta. Sale de la casa y camina hacia la izquierda. Cámara acompaña en travelling (ida y vuelta)
Plano 14: Plano medio de Marta. Abre la puerta y se detiene asombrada.
Plano 15: Plano general del living (podría haber pequeña panorámica). Línea Daniela.
Plano 16: Ídem plano 14. Se desplaza hacia izquierda.
Plano 17: Plano detalle de pies de Marta mientras camina. Se tienen que ver muchos cables.
Plano 18: Plano americano de Marta. Entra caminando desde la derecha hacia el cuadro.
Plano 19: Plano pecho de Marta, acomodando el cuadro.
Plano 20: Plano medio de Marta. Se desplaza hacia derecha. Cámara la sigue con panorámica.
Plano 21: Ídem 7. Acomoda figuras.
Plano 22: Plano medio Marta. Mirando las estatuillas.
Plano 23: Primer plano de Daniela mirando a Marta.
Plano 24: Ídem 22. Marta sale vuelve a mirar hacia el set.
Plano 25: Plano general del living.
Plano 26: Plano medio de Marta, se va.
Plano 27: Plano general del living. Todos miran a la puerta.
Plano 2: Plano pecho de Marta, reflejo en el espejo.
Plano3: Primer plano de Marta.
Plano 4: Plano detalle, Marta pasa el dedo por la repisa.
Plano 5: Plano medio de Marta, mira a A y voltea.
Plano 6: Plano medio de Marta, panorámica sigue a Marta hasta A.
Plano 7: Plano detalle de A. Mano de Marta que acomoda las estatuillas.
Plano 8: Plano medio, panorámica hasta punto anterior.
Plano 9: Primer plano de Marta con referencia de Daniela.
Plano 10: Plano americano de Daniela, tocan timbre y se levanta.
Plano 11: Ídem plano 9. Se ve a Daniela pasar por detrás de Marta.
Plano 12: Plano americano de Marta. Entran amigas de Daniela. Marta se va.
Plano 13: Plano medio de Marta. Sale de la casa y camina hacia la izquierda. Cámara acompaña en travelling (ida y vuelta)
Plano 14: Plano medio de Marta. Abre la puerta y se detiene asombrada.
Plano 15: Plano general del living (podría haber pequeña panorámica). Línea Daniela.
Plano 16: Ídem plano 14. Se desplaza hacia izquierda.
Plano 17: Plano detalle de pies de Marta mientras camina. Se tienen que ver muchos cables.
Plano 18: Plano americano de Marta. Entra caminando desde la derecha hacia el cuadro.
Plano 19: Plano pecho de Marta, acomodando el cuadro.
Plano 20: Plano medio de Marta. Se desplaza hacia derecha. Cámara la sigue con panorámica.
Plano 21: Ídem 7. Acomoda figuras.
Plano 22: Plano medio Marta. Mirando las estatuillas.
Plano 23: Primer plano de Daniela mirando a Marta.
Plano 24: Ídem 22. Marta sale vuelve a mirar hacia el set.
Plano 25: Plano general del living.
Plano 26: Plano medio de Marta, se va.
Plano 27: Plano general del living. Todos miran a la puerta.
Argumento nuevo
La idea nueva, la mostramos ayer en el taller, seguiremos trabajando sobre ella:
Marta (50 años, ama de casa), fanática de la limpieza y el orden, se dispone a salir de su casa. Se prepara, controla que todo esté bien limpio y sale. Deja a su hija, Daniela (21 años, estudiante), en casa, junto con algunas compañeras de la facultad. Sale de la casa y revisa el bolso. Se da cuenta que se olvidó el celular y vuelve. Abre la puerta y se encuentra con su living transformado en un set de filmación, donde la hija y las compañeras se encuentran trabajando. Marta, asombrada, se acerca a un cuadro y lo acomoda, así también unas estatuillas. Se fija en los detalles para no caer en la idea de que su living ha sido arruinado. Después del momento de tensión, vuelve a salir.
Marta (50 años, ama de casa), fanática de la limpieza y el orden, se dispone a salir de su casa. Se prepara, controla que todo esté bien limpio y sale. Deja a su hija, Daniela (21 años, estudiante), en casa, junto con algunas compañeras de la facultad. Sale de la casa y revisa el bolso. Se da cuenta que se olvidó el celular y vuelve. Abre la puerta y se encuentra con su living transformado en un set de filmación, donde la hija y las compañeras se encuentran trabajando. Marta, asombrada, se acerca a un cuadro y lo acomoda, así también unas estatuillas. Se fija en los detalles para no caer en la idea de que su living ha sido arruinado. Después del momento de tensión, vuelve a salir.
Diario de Phoebe
Holden regresó anoche, y adivina qué: volvieron a expulsarlo. Hablamos un rato sobre esto. Ya no soporto escucharlo. Siempre poniéndose en el papel de víctima, y todo le molesta. No puedo creer que le de tanta importancia a lo que hacen los demás. ¡¿Por qué le preocupa tanto?! Además, parece que no hay nada que le guste hacer. Siempre está pensando en el lado malo de las cosas. Es como si siempre tuviera miedo. Es mi hermano, lo sé, y lo quiero, pero hay veces que realmente me molesta. Es que no lo entiendo. Si yo fuera así, no podría resistirlo. Yo no soy así. Degusta hacer muchas cosas. Me gusta jugar, bailar, leer, escribir. Y no le ando buscando defectos a la gente. No soy como él. A lo mejor sea cosa de mayores. Quizás irse de casa, y tener que asistir a esos colegios a kilómetros de aquí, termine por volver loco a todo el mundo. Conocer gente nueva, que te molesten los profesores, estar siempre pendiente de que no te expulsen. Puede ser que tenga razón, esas cosas parecen bastante molestas. ¡NO! ¡Pero que estoy diciendo! No hay razón para que sea tan malhumorado. Ojala no me convierta en él cuando crezca. Para eso, prefiero ser una niña por siempre.
lunes, 9 de junio de 2008
Argumento
Primer acercamiento a la idea de situación a trabajar. Se nos ocurrió cuando en medio de una maraña de ideas drámaticas y grises, uno de los integrantes propuso usar un disfraz y todo derivo en la comedia:
Juan (animador de fiestas infantiles), se encuentra animando la fiesta de un niño. Viste un disfraz de la pantera rosa. Los chicos se divierten con él, bailan y saltan, con música de fondo. La madre llama al cumpleañero para soplar las velitas. Los niños salen del cuarto, y Juan aprovecha su rato libre y sale al jardín. Se quita la máscara y se sienta en un banco. Saca un paquete y prepara un cigarrillo de marihuana. Lo comienza a fumar con actitud relajada. Los chicos salen al jardín y se paran en seco al ver a Juan sin su disfraz. Juan advierte la presencia de los chicos y trata de enmendar su error poniendose a bailar. Los chicos mantienen su expresión de desconcierto mientras ven bailar a Juan. Los chicos atacan a Juan.
Situación en literatura
Del amor y otros demonios - Gabriel García Márquez
“Es hora de irnos”, dijo el marqués.
La niña se levantó sin más explicaciones. El marqués la ayudó a vestirse para la ocasión. Buscó en el arcón unas chinelas de terciopelo, para que el contrafuerte de los botines no le maltratara el tobillo, y encontró sin buscarlo un vestido de gala que había sido de su madre cuando era niña. Estaba averiguado y percudido por el tiempo, pero era claro que no había sido usado dos veces. El marqués se lo puso a Sierva María casi un siglo después sobre los collares de santería y el escapulario del bautismo. Le venía un poco estrecho, y eso aumentaba de algún modo su antigüedad. Le puso un sobrero que encontró también en el arcón, y cuyas cintas de colores no tenían nada que ver con el vestido. Le quedó exacto. Por último le hizo una maletita de mano con una saya de dormir, un peine de dientes apretados para sacar hasta las liendres del carángano, y un pequeño breviario de la abuela con bisagras de oro y tapas de nácar.
Era domingo de ramos. El marqués llevó a Sierva María a la misa de cinco, y ella recibió de buen ánimo la palma bendita sin saber para qué. A la salida vieron amanecer desde la carroza. El marqués en el asiento principal, con la maletita en las rodillas, y la niña impávida en el asiento de enfrente viendo pasar por la ventana las últimas calles de sus doce años. No había manifestado la mínima curiosidad por saber para dónde la llevaban vestida de Juana la Loca y con un sombrero de carcavera a una hora tan temprana. Al cabo de una larga meditación el marqués le preguntó:
“¿Sabes quién es Dios?”
La niña negó con la cabeza.
Había relámpagos y truenos remotos en el horizonte, el cielo estaba encapotado, y el mar áspero. A la vuelta de una esquina les salió al paso el convento de Santa Clara, blanco y solitario, con tres pisos de persianas azules sobre el muladar de una playa. El marqués lo señaló con el índice. “Ahí lo tienes”, dijo. Y después señaló a la izquierda: “Verás el mar a toda hora desde las ventanas”. Como la niña no le hizo caso, le dio la única explicación que le daría jamás sobre su destino:
“Vas a temperar unos días con las hermanitas de Santa Clara”.
Por ser domingo de ramos había en la puerta del torno más mendigos que de costumbre. Algunos leprosos que se disputaban con ellos las sobras de las cocinas se precipitaron también con la mano extendida hacia el marqués. Él les repartió limosnas exiguas, una a cada uno, hasta donde le alcanzaron los cuartillos. La tornera lo vio con sus tafetanes negros, y vio a la niña vestida de reina, y se abrió paso para atenderlos. El marqués le explicó que llevaba a Sierva María por orden del obispo. La tornera no lo dudó por el talante con que lo dijo. Examinó el aspecto de la niña, y le quitó el sombrero.
“Aquí está prohibidos los sombreros”, dijo.
Se quedó con él. El marqués quiso darle también la maletita, y ella no la recibió:
“No le hará falta nada”.
La trenza mal prendida se desenrolló casi hasta el piso. La tornera no creyó que fuera natural. El marqués trató de enrollarla. La niña lo apartó, y se la arregló con una habilidad que sorprendió a la tornera.
“Hay que cortársela”, dijo.
“Es una manda a la Santísima Virgen hasta el día que se case”, dijo el marqués.
La tornera se inclinó ante la razón. Tomó a la niña de la mano, sin darle tiempo para una despedida, y la pasó por el torno. Como el tobillo le dolía al caminar, la niña se quitó la chinela izquierda. El marqués la vio alejarse, cojeando del pie descalzo, y con la chinela en la mano. Esperó en vano que en un raro instante de piedad se volviera a mirarlo. El último recuerdo que tuvo que tuvo de ella fue cuando acabó de atravesar la galería del jardín, arrastrando el pie lastimado, y desapareció en el pabellón de las enterradas vivas.
“Es hora de irnos”, dijo el marqués.
La niña se levantó sin más explicaciones. El marqués la ayudó a vestirse para la ocasión. Buscó en el arcón unas chinelas de terciopelo, para que el contrafuerte de los botines no le maltratara el tobillo, y encontró sin buscarlo un vestido de gala que había sido de su madre cuando era niña. Estaba averiguado y percudido por el tiempo, pero era claro que no había sido usado dos veces. El marqués se lo puso a Sierva María casi un siglo después sobre los collares de santería y el escapulario del bautismo. Le venía un poco estrecho, y eso aumentaba de algún modo su antigüedad. Le puso un sobrero que encontró también en el arcón, y cuyas cintas de colores no tenían nada que ver con el vestido. Le quedó exacto. Por último le hizo una maletita de mano con una saya de dormir, un peine de dientes apretados para sacar hasta las liendres del carángano, y un pequeño breviario de la abuela con bisagras de oro y tapas de nácar.
Era domingo de ramos. El marqués llevó a Sierva María a la misa de cinco, y ella recibió de buen ánimo la palma bendita sin saber para qué. A la salida vieron amanecer desde la carroza. El marqués en el asiento principal, con la maletita en las rodillas, y la niña impávida en el asiento de enfrente viendo pasar por la ventana las últimas calles de sus doce años. No había manifestado la mínima curiosidad por saber para dónde la llevaban vestida de Juana la Loca y con un sombrero de carcavera a una hora tan temprana. Al cabo de una larga meditación el marqués le preguntó:
“¿Sabes quién es Dios?”
La niña negó con la cabeza.
Había relámpagos y truenos remotos en el horizonte, el cielo estaba encapotado, y el mar áspero. A la vuelta de una esquina les salió al paso el convento de Santa Clara, blanco y solitario, con tres pisos de persianas azules sobre el muladar de una playa. El marqués lo señaló con el índice. “Ahí lo tienes”, dijo. Y después señaló a la izquierda: “Verás el mar a toda hora desde las ventanas”. Como la niña no le hizo caso, le dio la única explicación que le daría jamás sobre su destino:
“Vas a temperar unos días con las hermanitas de Santa Clara”.
Por ser domingo de ramos había en la puerta del torno más mendigos que de costumbre. Algunos leprosos que se disputaban con ellos las sobras de las cocinas se precipitaron también con la mano extendida hacia el marqués. Él les repartió limosnas exiguas, una a cada uno, hasta donde le alcanzaron los cuartillos. La tornera lo vio con sus tafetanes negros, y vio a la niña vestida de reina, y se abrió paso para atenderlos. El marqués le explicó que llevaba a Sierva María por orden del obispo. La tornera no lo dudó por el talante con que lo dijo. Examinó el aspecto de la niña, y le quitó el sombrero.
“Aquí está prohibidos los sombreros”, dijo.
Se quedó con él. El marqués quiso darle también la maletita, y ella no la recibió:
“No le hará falta nada”.
La trenza mal prendida se desenrolló casi hasta el piso. La tornera no creyó que fuera natural. El marqués trató de enrollarla. La niña lo apartó, y se la arregló con una habilidad que sorprendió a la tornera.
“Hay que cortársela”, dijo.
“Es una manda a la Santísima Virgen hasta el día que se case”, dijo el marqués.
La tornera se inclinó ante la razón. Tomó a la niña de la mano, sin darle tiempo para una despedida, y la pasó por el torno. Como el tobillo le dolía al caminar, la niña se quitó la chinela izquierda. El marqués la vio alejarse, cojeando del pie descalzo, y con la chinela en la mano. Esperó en vano que en un raro instante de piedad se volviera a mirarlo. El último recuerdo que tuvo que tuvo de ella fue cuando acabó de atravesar la galería del jardín, arrastrando el pie lastimado, y desapareció en el pabellón de las enterradas vivas.
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